El Crespín es un ave solitaria que puebla los bosques del Chaco y los montes santiagueños, también se lo ve por todo el litoral. Su característica es la de emitir un silbido particular durante su período anual de celo, que coincide con las festividades de los Santos Difuntos, en el verano sudamericano. Pero además, este pájaro también tiene una historia y es la siguiente...
Era un matrimonio de campesinos que se dedicaban a labrar y cultivar la tierra para poder ganar para vivir, pero mientras el hombre era trabajador, paciente y resignado, la mujer era haragana, despreocupada, sobre todo, amiga de los bailes y las bebidas, viviendo el primero, contento con su suerte, mientras que la mujer, malhumorada y triste, le amargaba la vida a cada rato. Un año en que la cosecha era más abundante que nunca, Crespín segaba su trigo bajo el sol de verano, trabajando más horas de las que podía resistir un hombre, debiendo hacerlo todo el solo, pues su mujer no era capaz de atar una gavilla de trigo.
Un día se enfermó y solicitó a su mujer que fuera al pueblo cercano a traerle medicamentos y le recomendó que volviera pronto pues necesitaba sanar lo antes posible para continuar la cosecha. La mujer fue hacia el pueblo y se encontró con que en uno de los ranchos del camino estaban de fiesta y se acercó solamente para descansar un rato, pero se fue dejando ganar por la alegría y comenzó a beber, cantar y bailar. El chipá, la caña, los chamamés y polcas despertaron en ella su afición de siempre y se entregó a la diversión ciegamente.
Cuando más entretenida estaba, la vinieron a llamar, pues su marido se había agravado y reclamaba la presencia de ella, pero lejos de correr en presencia de su moribundo marido, dijo que la vida era corta para divertirse y larga para sufrir. Lo mismo respondió al segundo y tercer día que la vinieron a buscar y avisarle que su marido se moría, y cuando finalmente le avisaron que ya había muerto, no dio importancia y siguió bailando.
Unos vecinos piadosos y condolidos de la suerte del pobre CRESPÍN, lo velaron y enterraron sin que la mujer interviniera para nada, que tan ocupada estaba en divertirse.
Finalmente, pasados varios días y cuando ya la diversión finalizaba, regresó la mujer a su hogar y se encontró en la más terrible soledad. Lloró y sufrió su pena, y durante varios días y noches deambuló por los campos, llamando a su marido. Enloquecida de dolor , le pidió a Dios que le diera alas para proseguir su búsqueda, y Dios la convirtió en ave.
Desde entonces, es el pájaro huraño y solitario que en las épocas de las cosechas llama a su compañero con dolido acento: Crespín... Crespín... Crespín...
Cuando más entretenida estaba, la vinieron a llamar, pues su marido se había agravado y reclamaba la presencia de ella, pero lejos de correr en presencia de su moribundo marido, dijo que la vida era corta para divertirse y larga para sufrir. Lo mismo respondió al segundo y tercer día que la vinieron a buscar y avisarle que su marido se moría, y cuando finalmente le avisaron que ya había muerto, no dio importancia y siguió bailando.
Unos vecinos piadosos y condolidos de la suerte del pobre CRESPÍN, lo velaron y enterraron sin que la mujer interviniera para nada, que tan ocupada estaba en divertirse.
Finalmente, pasados varios días y cuando ya la diversión finalizaba, regresó la mujer a su hogar y se encontró en la más terrible soledad. Lloró y sufrió su pena, y durante varios días y noches deambuló por los campos, llamando a su marido. Enloquecida de dolor , le pidió a Dios que le diera alas para proseguir su búsqueda, y Dios la convirtió en ave.
Desde entonces, es el pájaro huraño y solitario que en las épocas de las cosechas llama a su compañero con dolido acento: Crespín... Crespín... Crespín...
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